La llegada de algunas fechas y eventos se traduce, en multitud de ocasiones, en la recuperación de ciertas polémicas y asuntos que, de forma recurrente, adquieren vigor a tenor de las situaciones que las traen de nuevo a la actualidad. Las molestias que producen a muchos de nuestros vecinos y vecinas el exceso de ruido que provoca el recinto ferial, es uno de los ejemplos más cercanos.
En las últimas fechas, algunos municipios han decido adoptar una serie de medidas para intentar paliar los perjuicios que provoca la algarabía de sus respectivas ferias, especialmente desde el punto de vista de la inclusión, pues el exceso de ruido aqueja especialmente a determinados grupos de población como son los niños y, especialmente, las personas con autismo.
Diversos colectivos, afectados o sensibilizados, se dirigieron a sus respectivos alcaldes para hacerles saber que los niveles de ruido que se alcanzan en los recintos feriales imposibilitaban a determinadas personas disfrutar de la fiesta local en condiciones de normalidad o, al menos, en las mismas condiciones que al resto de los vecinos y vecinas. En algunas ciudades como Sevilla, Badajoz y Plasencia, los alcaldes se han hecho eco de las demandas de sus vecinos y han introducido medidas a este respecto.
El enfoque desde el que se han recibido algunas de esta medidas ha sido el de la inclusión, y con razón, pero resulta evidente que la cuestión que está en juego es la conciliación del derecho al ocio con el derecho al descanso. Por eso, la perspectiva que sitúa como protagonista el objetivo de la inclusión, si bien es necesaria, resulta incompleta.
Cierto es que la feria se celebra una vez al año y que, por tanto, se puede percibir bajo una suerte de excepcionalidad que requiere la comprensión de todas las personas que de alguna manera puedan verse agraviados año tras año; pero también lo es que la feria de Mérida hoy día no es lo que fue. No tiene la significación de la que disfrutaba hace cuarenta o cincuenta años, ni ofrece distintos alicientes que otras actividades que podemos realizar durante todo el año. Muy al contrario que antaño, cualquier fin semana, podemos disfrutar de una cena fuera de casa o trasnochar sin que en ningún caso se requiera de un motivo especial para ello, al menos para las personas que puedan, o a las que les guste hacerlo; esto implica que el rasgo de excepcionalidad de una feria en la que en la práctica no se celebra nada, haya perdido una parte sustancial de su carácter y, por tanto, goce cada vez de menor y más restringida participación.
Lo cierto es que, durante demasiado tiempo, el ayuntamiento de nuestra ciudad ha hecho caso omiso a la necesidad de compatibilizar el disfrute de la feria con el derecho al descanso de las personas que, o bien no quieren visitar la feria, o bien deben trabajar al día siguiente, por lo que resulta evidente que esta situación debe terminar, y la única manera de hacerlo es limitando el tremendo nivel de ruido que genera el recinto ferial, así como el horario en el que se permite que la música y el ruido se conviertan en contaminación acústica.
La falta de atención que los distintos gobiernos han dedicado a esta cuestión se manifiesta hasta en el hecho de que la ordenanza municipal que regula los niveles de contaminación acústica de nuestra ciudad –los ruidos- ni siquiera se aplica a los ruidos que provoca un recinto ferial a pleno funcionamiento.
A todos nos gusta salir, a todos y a todas nos gusta disfrutar de la compañía de nuestros amigos y familiares, pero seguro que somos capaces de entender que mientras nosotros nos divertimos otros quieren, o necesitan, descansar.
Unidas por Mérida ha llevado el asunto al pleno. Hemos registrado una propuesta para limitar los ruidos que provoca el recinto ferial. La propuesta es simple, a las dos de la madrugada se prohíbe un nivel de ruidos superior al que se permite en cualquier otra ubicación del caso urbano. Porque se trata de disfrutar y vivir, pero también de convivir.